miércoles, 3 de noviembre de 2010

Oda a mi rutina

Ser conductora habitual, diaria y rutinaria tiene sus cosas buenas y malas. Te roba dos horas al día por sistema y te obsequia con experiencias impagables.

Mi coche, ese rojo, ya ha pasado los 70.000 km y tiene 2 años y poco. Sigue enamorándome tanto o más que el primer día. No puedo remediarlo, me gustan los coches. Aprovecho para decirlo: que me gusten los coches y el fútbol no significa que sea lesbiana ni que por ello se pierda feminidad. Yeah, deal with it.

He visto atardeceres envidiables, amaneceres deslumbrantes y "entre dos luces" molestísimos.
Me gusta conducir de noche y de día, en silencio y a volumen máximo. Me gusta concentrarme en mí misma y en los demás.

Paso por pueblos y ciudades. Y sabría identificar a los señores mayores que se reúnen en la plaza del jubilado. A esa señora que siempre barre la carretera por donde pasan los coches, un día me bajaré y la preguntaré por qué lo hace, si al día siguiente estará igual o peor. Me hace especial gracia que en un pueblo que igual no pasa de los 2.000 habitantes, vea a alguno de ellos utilizar su coche para ir de una parte del pueblo a otra.

Sé identificar al conductor que va con sueño, al que va de paseo, al que va con prisas, al flipado, al profesional, al típico L que no lleva L, al que es un flan conduciendo, al que no tiene experiencia, al que cree que la carretera es suya, al que tiene demasiada confianza en su coche, al que tiene ganas de tocar los huevos, al resentido inmaduro y a los buenos conductores. Para mi es casi un juego.

He conducido comiéndome una manzana, bebiendo, llamando, peinándome, cantando, bailando, pelándome un melocotón, limpiándome las gafas de sol y ahora creo que no me acuerdo de más cosas.

En fin, es mi rutina. Hay veces que la odio, pero una de las cosas buenas que tengo es que me apasiona conducir.

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