martes, 26 de abril de 2011

Adicta

A conducir y a mi coche.
A los viajes de amigos.
A un plato de pasta que la dieta veraniega mantiene lejos de mi.
A los pimientos de mi padre.
A las noches sanas e inolvidables.
A los cumpleaños familiares.
A un buen café doble, largo de café y azúcar moreno.
A mi Mac.
A House, Bones, Modern Family, Mad Men...
A mi sobrina.
Y a ti.

domingo, 24 de abril de 2011

Sin límites temporales ni físicos.

Puede que no entendáis esta pequeña historia que se narra entre batallas épicas como la de Zama o Magnesia y entre generales como Escipión y Aníbal. Forma parte de una historia pequeña, que se narra sin casi importancia a través de una trilogía de 2390 páginas, que hoy me acabo de terminar. Puede que leáis dos líneas y dejéis de leer aburridos/as porque no lo entendáis; pero ayer, cuando lo leí, se me erizaron todos los pelos del cuerpo.

Al leerlo sólo puedo pensar en amores que nunca fueron, amores que fueron pero que son inmortales y amores sin límites. Brutalmente triste y real, pero maravilloso.

[...] - De todas formas, seguirás teniendo dinero en casa de Casio por si alguna vez te hace falta. -- Y, sin mirar atrás, encaró la puerta para salir. Netikerty, a su espalda, tomó con una mano el vaso de agua que Lelio ni tan siquiera había probado y el plato de queso con todos sus trozos intactos y fue a decir algo, pero cuando levantó la vista, Cayo Lelio ya había desaparecido y ante sus ojos aún perplejos por aquella fugaz y sorprendente visita sólo estaba la luz blanca del sol. Netikerty corrió a la puerta y pensó en llamarlo y hablarle y decirle y contarle, pero al asomarse sólo vio la espalda de un hombre poderoso que se alejaba, una vez más, sin tiempo a aclarar nada, y sacudió levemente la cabeza, cerró los ojos y suspiró, y cuando volvió a abrirlos pasó algo extraño. Justo cuando Lelio alcanzaba el lugar donde le esperaba un esclavo que Neitkerty reconoció en seguida como el atriense de Casio, por la esquina de la calle apareció la figura joven, alta y fuerte de su hijo Jepri. El muchacho, uniformado como soldado de la policía del Nilo, venía a casa de su madre, donde vivía, pues aún no había buscado esposa. Jepri y Cayo Lelio se cruzaron sin conocerse y Netikerty vio que Lelio miraba a aquél soldado y observó como el general de Roma volvía su cabeza y seguía con la mirada a Jepri, que caminaba sin detenerse hasta que debió sentir algo raro al ver que su madre miraba hacia lo alto de la calle, pero no hacia él, sino hacia alguien que estaba detrás de él. Jepri se detuvo entonces y miró por encima de su hombro. Las miradas de Jepri y Cayo Lelio se cruzaron un segundo. No se saludaron, no se dijeron nada, pero ni Jepri se sintió incómodo por que aquél oficial romano le mirara ni Lelio se puso nervioso. Los dos hombres dejaron de mirarse y Jepri continuó caminando hacia su casa donde su madre le esperaba. Lelio se quedó allí, petrificado, inmóvil observando como Jepri saludaba con un beso en la mejilla y usaba una palabra, que aunque él no podía entender egipcio, sin duda, significaba "madre". Observó también que el joven soldado tenía una larga cicatriz que se veía por la espalda desnuda de protecciones en medio del calor de aquella mañana y Lelio recordó una noche en la que se despertó con sueños extraños aterrado por que le hubiera pasado algo a su pequeño hijo en Roma y como Netikerty había ido a rezar a los dioses romanos en casa de Casio, y todo encajó en su mente en un momento, como un destello. Cayo Lelio miró hacia abajo, hacia la puerta donde Netikerty seguía inmóvil. Netikerty había dejado pasar a aquel joven hombre al interior de la casa, pero aún permanecía en pie y vio que su mejilla izquierda resplandecía por el reflejo de la luz del sol que, seguramente, provocaba una lágrima en su lento descenso. Lelio permaneció quieto, sin decir nada. Lelio no se acercó ya a Netikerty ni volvió a verla nunca más, pero hizo dos cosas muy pequeñas y muy grandes al mismo tiempo: asintió levemente y sonrió con sinceridad. Netikerty se limpió una lágrima muda de su mejilla cálida por el sol y asintió a su vez a modo de respuesta. Luego entró en su casa y cerró la puerta sintiendo algo muy parecido a la paz. Lelio había dedicado años a intentar olvidar a Netikerty, pero ahora, sin embargo, sabía que podría recordarla siempre porque el rencor de antaño había quedado borrado con un breve pero inmenso cruce de miradas.

jueves, 7 de abril de 2011

Deudas por mil

Estoy llegando a uno de esos puntos de la vida en que nada de lo que haces te parece suficiente, sientes que estás perdiendo el tiempo y no estás aprovechando todo lo que la vida te está ofreciendo, y que la mayoría es inalcanzable porque todo al fin y al cabo, es dinero.

Si hace un par de semanas pensaba que estaba (y sigo estando) en uno de los momentos más completos de mi vida, he vuelto a bajar en la onda. Eso que dicen que la felicidad sólo es a fogonazos, es muy cierto. Y que no se puede ser feliz por completo, aún más.

Los 3 tópicos dinero, salud y amor nunca están a la par. Y en dinero, me refiero a la vida profesional. En salud no me refiero a la mía, sino a los de mi alrededor. Y por amor... Ya no hace falta decirlo, ¿no?

Ni me siento completa, ni me siento que esté aprovechando la vida. Y eso es algo que sé que voy a pagar.

O igual es que hoy me he levantado negativa. Todo puede ser.

Golosinas, caramelos y demás

El truco está en querer toda la bolsa de golosinas ahora y no un caramelo al día.
Que te comas un caramelo y lo disfrutes como nunca, y que entre uno y otro, les eches de menos a rabiar.

Me gustaría saber lo que piensas