Envidio mucho, mucho a la niña que pasea de la mano de su mamá mirando a los ojos de gente extraña que pasea igual que ella. Los sonríe, los reta a arrebatarle su felicidad, les siembra envidia.
A veces, también al interno de un psiquiátrico; que, pese a estar loco y ser miserable, de tanta medicación apenas se da cuenta.
O incluso... Incluso, a los locos que están entre tu y yo y que su meta en la vida es desperdiciarla sin remordimientos.
Porque yo temo cualquier movimiento, aunque sea Delicate; cualquier cambio, incluso pequeño; el movimiento de un pino, de una hoja. Que un piano desentone, que la cuerda de una guitarra se rompa, o que una mariposa eche a volar. Que quedarse quieta, expectante, con miedo a dar un paso hacia adelante y no poder volver atrás para dar ese paso hacia otra dirección tampoco funciona. Y yo me quedo atascada aquí.
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